El otro rostro del Coronavirus

Nottingham.- El miedo a lo desconocido es natural. De hecho constituye uno de los instintos a los que debemos nuestra supervivencia como individuos. La oscuridad, una sombra o un ruido inesperado. Todo aquello que nos asuste, alerte o genere miedo o temor acelera nuestros latidos. Hoy existe un terror desatado y justificado a algo que como especie nos ha superado. Un peligro hasta ahora desconocido, un peligro invisible: el Coronavirus.

Enumeramos impronunciables nombres de microbios,  virus y bacterias imperceptibles al ojo humano,  algunos/as inocuos y otros/as letales y virulentos, con capacidad de contagiar y provocar la muerte a personas es el COVID19. Un virus, que según explican los expertos, altamente contagioso, pero no tan letal como la gripe. No obstante, campos multidisciplinares como: la biomedicina, epidemiología, genética, farmacología y  virología arrojarán luz sobre las causas, razones y motivos de este nuevo huésped biológico;  una amenaza mortal.

Mientras  su expansión continúa por casi todo el planeta, múltiples equipos de investigación de todo el mundo estudian el desarrollo de una vacuna efectiva, que proteja o atenúe su contagio exponencial. Científicos de distintos países buscan a contrarreloj una fórmula que frene la pandemia, mientras las naciones adoptan medidas. Pero, cabe preguntarse: ¿por qué aún no se ha obtenido esa vacuna?, ¿investigación compleja o  ralentizada por algún motivo concreto? La comunidad de expertos trabaja sin descanso en la elaboración de esta desde el 10 de enero de 2020. Pero: ¿por qué no se han encerrado en un mismo laboratorio los investigadores más prestigiosos de todo el mundo? ¿Por qué no aunar esfuerzos? ¿Qué intereses económicos existen detrás?

En las anteriores crisis causadas por el coronavirus, como SARS y MERS, la comunidad científica no encontró una vacuna antes del fin de las epidemias. Esta vez, ¿podrán los investigadores ganar esta carrera? Es un reto aparentemente desigual. Desde que se descubrió este nuevo virus, en Wuhan (China central), en el mes de diciembre del pasado año, el número de víctimas de la epidemia se ha propagado exponencialmente. Y, debido a su comportamiento, alta tasa de contagios y su elevada mortalidad, se ha desatado un maratón para descubrir la vacuna contra esta calificada pandemia. 

Investigadores, universitarios y laboratorios farmacéuticos se han movilizado en todo el planeta desde enero de 2020, fecha en la que los científicos chinos  anunciaron públicamente el brote epidemiológico que afectaba a su país. Mientras unos compiten por ser más poderosos que los otros en esta búsqueda, muchos ciudadanos/as de a pie, hemos sobrevivido y  sobrevivimos, incluso a otras epidemias y pandemias que, según muchos expertos, podrían ser creadas por las grandes potencias para mostrarse como “los salvadores,” para posteriormente lanzar al mercado una fórmula. ¿Hablamos entonces de una guerra o conspiración biológica?

Sea China, Estados Unidos (EE.UU.) o la Unión Europea (UE) o cualquiera de los muchos otros países en los que se está desarrollando la investigación,  lo cierto es que aún queda un largo camino para que las vacunas estén en el mercado. Está claro que el escenario de esta pandemia no tiene precedentes actuales, así que los tiempos se han acelerado y se apuran los protocolos. Los científicos recurren a testear fórmulas rápidamente en humanos y se replantean o reorientan los procesos. Entre todo este caos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha anunciado que coordina esfuerzos dirigidos a desarrollar una vacuna para prevenir y tratar la COVID-19. Una buena noticia.

En resumidas cuentas, todavía no existe tratamiento. Sin embargo, los afectados deben recibir atención médica para aliviar los síntomas. Las personas que presentan casos graves de la enfermedad deben ser hospitalizadas. Mientras, la sanidad se colapsa; el sistema se quiebra. Por ahora, las medidas son el confinamiento y las recomendaciones más eficaces para protegerse a uno mismo y a los demás frente al COVID-19 son: lavarse las manos con frecuencia y bien, cubrirse la boca con el codo o con un pañuelo de papel al toser y mantener una distancia de al menos 1 metro (3 pies) con las personas que tosen o estornudan… Bueno esas recomendaciones archiconocidas sobre ¿qué puedo hacer para protegerme y prevenir la propagación de la enfermedad? Resulta no menos sorprendente que en el siglo XXI, con el nivel tecnológico que la especie humana ha alcanzado, vivamos una situación casi de guión cinematográfico de ciencia ficción. Mientras en China anunció ayer 19 de marzo su primer día sin contagios locales, después de más de tres meses, pese a las medidas restrictivas y de contención, en muchos países nuestras autoridades nos alertan de que lo peor está aún por llegar.